sábado, 10 de enero de 2009

INFLUENCIA DE LAS LITERATURAS CLÁSICAS EN LA FORMACIÓN DE LA PERSONALIDAD


De la admirable producción bibliográfica de Pedro Urbano González de la Calle quisiera hoy destacar un curioso artículo publicado en 1920 con el título “Influencia de las literaturas clásicas en la formación de la personalidad” (Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 41 (1920), pp. 205-232). Se trata de un artículo muy significativo por lo que supone de renovación del discurso propio de un filólogo clásico en los primeros decenios del siglo XX, dado que capta muy bien el espíritu intelectual de su época (desde el idealismo del Croce hasta la prosa culta de Pérez de Ayala...) sin perder de vista el objeto de la propia Filología. El trabajo comienza de manera muy afín a las preocupaciones etimológicas de Unamuno, Ortega o Pérez de Ayala:


“En el proceso de las derivaciones de los vocablos, persona ha servido de base a la formación de personalis, que a su vez ha contribuido a la aparición del abstracto personalitas, del que procede (en la forma del acusativo personalitatem) nuestro término castellano personalidad. Mas para alcanzar clara noción de lo que el adjetivo personalis y el abstracto personalitas expresan, es indispensable analizar etimológicamente la palabra persona”.


La cercanía con la prosa “etimológica” de Ramón Pérez de Ayala está a la vista:


“De aquí que en el teatro griego, como en el latino, los actores no trabajaban a rostro descubierto, sino con unas carátulas que los griegos llamaban máscaras y los latinos personas, que figuraban en inmovilidad plástica el carácter supuesto del personaje, y cuyo propósito se cifraba en ampliar y henchir la voz (persona, viene de per sonare, para que resuene; y la acepción moderna y universal de la palabra personalidad, ¡curiosa mutación de los conceptos!, se deriva de aquellas máscaras de rostro exagerado y fijo).” (apud Pelayo H. Fernández, Ideario etimológico de Ramón Pérez de Ayala, Madrid, José Porrúa Fernández, 1982, pp.189-190).


Es admirable la afinidad, y nos invita a no perder de vista esta deseable faceta intelectual de los propios estudios filológicos.


Francisco García Jurado

H.L.G.E.

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